Personas.


Personas.
Van pasando a lo largo de tu vida como en un cátalogo.
Algunos con más trascendencia que otros.
Personas que admiras.
Personas que quieres.
Personas que amas.
Personas que aprecias.
Personas mejores y personas peores.
Personas buenas y malas.
Personas que sin quererlo, forman parte de tu vida.
Y piensas...¿solo personas?
No. Algunos son familia, otros amores, otros amigos...pero siguen siendo personas que por una cosa u otra, han marcado tu existencia.
El destino nos pone ante nosotros una gran variedad de personas, como si fuera un juego, un puzzle, en el que tú mismo decides donde encajar a cada cual. Puedes equivocarte, o puedes no hacerlo, pero siempre te quedas con una cosa...esas personas, forman peldaño a peldaño una vida, la tuya.

Sinfonía de sentimientos.



Y allí estaba ella, mirando frente a frente a su corazón roto, que no hacía más que preguntarle con cada latido en el que perdía un poquito de vida: ¿por qué?
Ciertamente ella tampoco lo sabía, no sabía cuando había perdido el control de sus emociones ni cuando había dejado su pobre corazón ya magullado, a manos de él.
Cada lágrima que cae es una más nota que se borra en la eterna sinfonía de sentimientos que resuena en su interior.
Hueca.
Vacía.
Incompleta.
Así se siente. Desamor que enmudece su música, que apaga su luz propia. Desamor que le roba vida. Desamor. Maldito desamor.
Se levanta, se limpia las lágrimas y sale por la puerta, dejando caer en la papelera situada al lado de la puerta su corazón, duro y triste, sin vida. Sale de la habitación pero vuelve contrariada, recoge su corazón y lo acuna entre sus manos. Lo quiere, por mucho que haya sufrido, es suyo y es su único compañero en las largas noches de insomnio y soledad.
Sonríe ante un repentino pensamiento y vuelve a acunar su corazón.
Nada está perdido. No totalmente.
Nunca sabe cuando estará dispuesta a ponerse frente a la partitura de su vida, y terminar aquella sinfonía de sentimientos interrumpida.